sábado, 11 de abril de 2015

Camino de Veracruz

Así es, si así os parece

Uno se da cuenta de que está llegando a Jalapa cuando el automóvil se sumerge en la niebla. Una niebla espesa, fría, navegada ahora siguiendo curvas a ritmo de boa. De pronto hemos entrado en un mundo diferente, no sólo geográfico, sino cronológico. Atrás quedan ya las tierras negras de lava rota pobladas de crestas de árboles de Josué, los cielos plomizos sobre la parda planicie de Tlaxcala, el denso paisaje industrial de las afueras de Puebla, una gasolinera con un restaurante con chilaquiles rojos y tortillas recién hechas y cerveza Indio y, dos horas antes, la salida del DF desde las alturas del periférico, un sábado por la mañana. Abril. Sol y nubes. La libertad es eso.

"Si no te gusta el clima de Jalapa, no más espérate dos minutos", me dice mi acompañante, anticipándose a mi pregunta. "Es un dicho de aquí", añade. Pero, aunque la niebla empieza a ceder, el sol sigue escondido tras espesos nubarrones. De la niebla salimos a la lluvia. La autopista es ahora un tiovivo de camiones, autocares, pasos elevados, camionetas en marcha con policías vigilando de pie, armados hasta los dientes, y a ambos lados del asfalto grumos de edificaciones encaramadas en las ondulaciones del paisaje. Jalapa es la capital del estado de Veracruz, uno de los más extensos de México. Recorre buena parte de la costa atlántica, desde Tamaulipas, allá en el norte, hasta Tabasco, al pie ya de la península de Yucatán. "La capital cultural, también", agrega mi acompañante.

Leche de coco y azúcar morena

Prueba de ello es que hemos hecho planes para ir al teatro esa misma tarde. Una amiga de mis acompañantes actúa en la obra, y se ha ofrecido generosamente a alojarnos esa noche en su rancho, cerca de Jalapa. En las dos semanas que llevo en México he ido más veces al teatro que en los veinte últimos años de mi vida. No por voluntad propia, sino porque mis amigos son actores.

Hemos tardado en encontrar el Teatro Municipal, pero apenas llegamos encontramos un hueco para estacionar el coche. Al apearme veo en la acera una pizarra negra con los precios de una pensión, y junto a ella la entrada de una cafetería con una sola mesa, vacía. Es la planta baja de un restaurante. De un restaurante vegano, lo cual sin duda explica por qué todas las instalaciones, incluida la planta alta, están completamente desiertas. Pero, casualidad de casualides, mis amigos son también veganos, y yo no tengo valor para proponerles otro lugar. Suspiro. Entramos.

Dos tartas de jengibre integrales sin azúcar, dos tes del Himalaya y un café americano con leche de coco y azúcar morena después de nuestra entrada, pagamos una cifra exorbitante y nos dirigimos a la cola del teatro, que es ya bastante larga. Llueve intermitentemente y ha caído la noche. En la cola, a ambos lados de mí, me sorprende oír hablar en español con acento de España.

"A Jalapa vienen muchos estudiantes de todos los países. Sobre todo de música, danza y artes escénicas", me explican mis amigos. "Esta es la capital cultural de Veracruz, recuerda".

Roll over Beethoven

Recuerdo, pero en España nunca he oído decir que Salamanca, Granada, Santiago o Santander sean la capital cultural de nada. Benidorm y Salou son capitales turísticas del Mediterráneo. Barcelona y Madrid son capitales futbolísticas del "Estado español", y San Sebastián es la capital mundial de frontón y levantamiento de pedruscos, pero de cultura, nada. Es más, un amigo me confesó hace poco que sus hijas en el cole no se atrevían a decir que escuchaban música clásica porque se reían de ellas.

En México la cultura está mucho más presente, no sólo entre los intelectuales de clase alta o en esa bohemia más o menos fluctuante de La Condesa o la colonia Roma, sino también entre las clases medias e incluso en la clase media baja. De eso soy testigo. Este es un país aún vivo, y aquí el Saturno consumista todavía no ha devorado a sus hijos. Tiempo al tiempo...

Muchas tablas y pocas nueces

Sorprendentemente, la representación tiene momentos divertidos. Es una puesta en escena un tanto rígida, con diálogos demasiado encadenados e inevitablemente sobreactuada, pero el autor tiene chispa, y aunque las exclamaciones de ¡pendejo!, ¡pinche!, ¡cabrón! y la chingada en sus infinitas variantes están destinadas a un público fácil, algunos juegos de palabras y momentos de humor absurdo consiguen hacerme reír. Es una sátira de la burocracia mexicana pero, para mi alivio, no cae en la soflama política, que es lo que yo más temía.

A la salida, nos reunimos con la actriz y comentamos la representación. Todos se afanan por explicarme los pormenores de la obra, que les parece muy mexicana, pero yo los tranquilizo: después de la falda y el pantalón, la burocracia es lo más universal jamás inventado en el planeta Tierra. Algún investigador futuro encontrará algún día en el genoma humano la semblanza del funcionario terráqueo agazapada en algún gen. Genio y figura.

Sueños de alacrán

La niebla nos escolta de nuevo hasta llegar al rancho, iluminado por dos o tres bombillas mortecinas y asentado sobre una ladera. A nuestra llegada, una jauría de perros entona una sinfonía muy poco original. Nuestra anfitriona es la única habitante del rancho, y para protegerse se ha proveído de un escuadrón de canes a cual más estridente. "Quince perros", especifica. Me viene a la memoria la siniestra historia de la película 'The servant'. Algún día los perros, esos parásitos alelados de mirada humana, dominarán el mundo.

El 'apartamento' que me asignan es una única habitación abovedada, iluminada también por dos o tres bombillas mortecinas. Ni la ducha ni el aseo están separados del resto de la estancia, apenas amueblada y en desuso desde hace mucho tiempo. En una repisa, junto al lavabo, descubro un frasco sin tapa con un alacrán muerto en su interior. Tiene un tamaño considerable. "No te preocupes. La cama está separada de la pared, así que no hay peligro", sonríe mi anfitriona, como si nada. Y, diciendo esto, me entrega las llaves y se va. En la habitación ni siquiera hay mesa. Miro las paredes y la cama con aprensión. No es muy tarde, pero aquí lo único que uno puede hacer es meterse entre las sábanas. Y abrigarse. El frío de Jalapa es húmedo, y cala.

Gaudí y el 'Popo'

La luz del amanecer entra al mismo tiempo por todas las ventanas, que no son pocas. Me ducho con agua irremediablemente fría, y salgo a pasear por el campo hasta que me llaman para el desayuno. El aire está limpio y ha salido el sol. En las copas de las jacarandas gorjean pajarillos. Mi apartamento es uno de los tres edificios que hay en el rancho. Evidentemente el arquitecto era admirador de Gaudí, y el edificio principal, de estructura delirante pero acogedor, lo demuestra con creces. Frente al salón en cuya barra desayunamos se ve en la lejanía la cumbre nevada del Popocatépetl, al que todos llaman afectuosamente 'el Popo'.

En la cocina, la mucama amasa sin descanso tortillas, prepara café y huevos fritos y nos sirve un desayuno principesco. Una puerta enrejada separa la cocina del salón, y a veces, cuando la mucama sale a traernos comida, alguno de los quince perros se escapa con ella y merodea ansioso por la habitación, olfateando las entrepiernas de todo el mundo.

"¿Cómo es que no te gustan los perros?", inquiere mi anfitriona muy extrañada.

"Detesto el olor de esos animales", respondo, tratando de ahuyentar a un fox terrier que se empeña en meter la lengua en mi mermelada. "Y sucede que tengo un olfato muy fino".

Por consideración, me abstengo de añadir que considero a los perros los animales más idiotas de la creación. Un chucho doméstico es capaz de ladrar neuróticamente durante días o años sin parar, incluso conociendo la hora exacta a la que regresarán sus amos. Suelte usted a un perro en una jungla y tardará minutos en atraer a todos sus predadores. Pero, con esas carantoñas tan enternecedoras, ¿quién -aparte de mí- tendría la impiedad de arrojar un perro a una jungla?

El pudor de María Magdalena

A la plaza principal de Xico se llega ascendiendo una calle muy empinada. Está lloviendo, pero este domingo por la mañana las aceras están llenas de gente portando palmas. Es domingo de ramos, son las doce del mediodía, y apenas salimos del coche cesa la lluvia. ¿Magia? El centro del hormiguero humano es la iglesia del pueblo, que se alza en mitad de una plaza entrañable con sus inevitables puestos de enchiladas humeantes, flores, prendas de vestir y chucherías tapizando de colores el paisaje. Los niños juegan, los adolescentes se apoyan en las paredes verdes, malvas y amarillas de los bares, y algunas mujeres están sentadas en la acera, charlando o simplemente contemplando la vida bullir a su alrededor. La vida...

En el interior de la iglesia todo es actividad. Hay quien pone flores, o cirios, en los altares o al pie de las imágenes. Hay quien desmonta cristos y vírgenes para trasladarlos a no se sabe dónde. Y hay quien, como yo, simplemente visita el lugar, en el que excepcionalmente reina un ambiente de preparativo escénico. Sobre el altar principal yace una escultura envuelta en un plástico transparente. Es una imagen de María Magdalena, la pecadora, que hoy han cubierto piadosamente, quizá por la solemnidad de la celebración. No era necesario. También los dioses del Olimpo eran pecadores...

Apenas salimos de Xico retorna la lluvia.

(Continuará)


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