domingo, 27 de agosto de 2017

¿Sano o malsano?

Recuerdo vagamente que, allá por los años 70, algunas publicaciones empezaron a 'informar' de estudios científicos que indicaban que el aceite de oliva era nefasto para la salud. Eran los tiempos en que el mundo se encaminaba todavía hacia una glaciación, y sólo diez años antes muchos médicos habían instalado en sus consultas aparatos de rayos X para atisbar mejor las interioridades de los pacientes. A mí me metieron varias veces en uno de aquellos aparatos, durante periodos de tiempo que hoy estarían considerados alarmantes.

Un día, mi médico de cabecera se puso un peto de protección para examinarme por rayos X, y algún tiempo después el aparato había desaparecido de la consulta. Aquel médico no vivió muchos años, y apostaría a que no fue el único de los que se fiaron de los 'avances' de la medicina.

Cuando yo era niño, las moscas y los mosquitos los combatíamos con DDT. Mi madre rociaba la habitación usando un pulverizador que había que accionar empujando un émbolo en su parte trasera, y las moscas caían.. como moscas. Todos los objetos de la habitación quedaban impregnados de DDT, y el depósito del insecticida, que había que rellenar de cuando en cuando, solía rezumar DDT, que iba a parar a nuestras manos, sin que nadie corriera inmediatamente a lavárselas con celo de cirujano.

De hecho, algún que otro barman de Estados Unidos añadía DDT a ciertos cócteles para darles un toque exótico. Nunca tuve noticia de intoxicaciones por DDT, y en muchos países de Africa y Asia aquel insecticida había conseguido erradicar o reducir radicalmente el paludismo.

Hasta que, un día, los primeros ecologistas descubrieron inesperadamente DDT en la grasa de no sé qué focas del Polo Norte. Las focas se encontraban estupendamente, pero se consideró que el hallazgo era deletéreo para la especie humana, y la Organización Mundial de la Salud recomendó enérgicamente (es decir, metiendo mucho miedo) dejar de usar el DDT. En pocos años, el paludismo recuperó el terreno perdido, y gracias a la OMS muchos millones de seres humanos han muerto desde entonces por falta de DDT.

A medida que las Universidades se han ido burocratizando y convirtiendo a sus investigadores en simples paniaguados, el fenómeno de la ciencia de pacotilla ha ido en aumento. El científico paniaguado está obligado a publicar cuantos más artículos mejor, y a menudo tiene que estrujarse las meninges para encontrar un tema que revista al menos la apariencia de avance científico. Un truco habitual para dar a los artículos apariencia científica consiste en buscarles un título pomposo, trufado de palabras abstrusas que en realidad designan conceptos absolutamente banales. Otro truco también muy usado son los estudios estadísticos.

Para entender mejor este último truco, consideremos un ejemplo imaginario: De una muestra de 500 sujetos que viajan diariamente en autobús, un 57 por ciento declara estar más satisfecho de su vida sexual en una escala de 1 a 10. Conclusión: viajar en autobús podría estimular el deseo sexual. El estudio, realizado en el marco de una universidad prestigiosa, es publicado por una prestigiosa publicación científica, y gracias a ello el investigador paniaguado está ya un poquito más cerca de su ascenso en el escalafón.

Pero la historia no se acaba ahí. Los periodistas, ávidos de historias sensacionalistas, encuentran el artículo rastreando la Web y se apresuran a publicarlo, convenientemente 'adaptado' para despertar el interés de los lectores. Seguidamente, los lectores relatan a su manera la historia en su página de facebook, y el proceso se reproduce en las redes sociales. En poco tiempo, lo que había empezado siendo una investigación estúpida se acaba convirtiendo en un artículo de fe para millones de imbéciles sin la menor cultura ni -lo que es peor- el menor espíritu crítico.

Un momento. Tampoco aquí acaba la historia, porque las compañías de transporte por autobús y los fabricantes de autobuses acaban de descubrir un argumento excelente para hacerse publicidad. Es más, no contentos con proclamar los resultados de la investigación, deciden crear una fundación que estudie los efectos del viaje en autobús sobre la libido humana. Como ya se imaginará usted, los investigadores de esa fundación difícilmente llegarán a la conclusión 'científica' de que el autobús favorece la frigidez. Les va en ello el pan de sus hijos. En todos los estudios estadísticos hay muchos parámetros que combinar de modo que el resultado final sea el que uno espera.

Lo que acabo de describir es más o menos lo que sucede con el cambio climático, el colesterol, la ingesta de grandes cantidades de agua, el aceite de oliva, los edulcorantes, los productos 'ecológicos', la leche entera, los alimentos 'enriquecidos', y un enorme etcétera que todos los días aumenta exponencialmente.

El arroz integral es muy bueno para el intestino, pero contiene arsénicos. Las proteínas son indispensables para los músculos, pero su supresión en la dieta alarga la vida. El chocolate alivia la depresión, pero engorda. Los quesos son malos para la circulación, pero el país europeo con mayor esperanza de vida es Francia. Y, en términos mundiales, la población del planeta con mayor esperanza de vida ni siquiera prueba el aceite de oliva. Hace años, los huevos aumentaban la concentración de colesterol en la sangre. Hoy, son inocuos. Según unos autores, el fluoruro en el agua es bueno; según otros, es malo. Investigue usted un poco en Google Scholar, y podrá alargar esta lista hasta que se le acaben los alimentos.

Como muestra de todo esto, he reunido unos cuantos datos sobre algunos de los mitos actuales más extendidos. Siga usted leyendo.

El agua

Tan inocua en apariencia, tan saludable según las embotelladoras (y sus acólitos de la universidad y de la prensa), resulta que el consumo abundante de agua se ha llevado ya por delante ya a más de un infeliz creyente. Según el estudio 'científico' que uno escoja, beber mucha agua:

- Adelgaza y mejora la concentración mental
- No sirve para adelgazar y disminuye la concentración mental
- Sanea los riñones
- Perjudica los riñones forzando las funciones de los glomérulos renales
- Contiene sustancias esterilizantes dañinas para la salud
- Puede causar hiponatremia (dilución del sodio en la sangre): vómitos, desorientación y jaquecas
(El actor Anthony Andrews murió en 2003 por beber agua en grandes cantidades)
- Aumenta el volumen de la sangre, sometiendo al corazón a un esfuerzo innecesario
- Diluye los electrolitos en sangre, causando inflamación celular y trastornos estomacales
- En particular, puede causar la inflamación del cerebro, con graves consecuencias
- Altera también la concentración de potasio en la sangre, que es causa de inflamaciones y dolores

Los huevos

- Comer un huevo al día no altera la concentración de colesterol en la sangre
- La yema de huevo contiene una plétora de nutrientes, desde vitaminas hasta yodo, calcio y hierro
- Comer huevos favorece la actividad cerebral
- El selenio que contienen los huevos es beneficioso para la glándula tiroides
- Fortalecen el cabello y son buenos para la vista
- Ayudan a prevenir el cáncer de mama, y posiblemente la enfermedad de Alzheimer
- Fortalecen los huesos y el sistema inmunitario

Los aceites y grasas

- Las grasas saturadas podrían ser buenas para la salud
- La mantequilla protege el estómago
- Los triglicéridos del aceite de coco son buenos para quemar grasas
- Dos cucharadas de aceite de oliva contienen más del triple de grasas saturadas que 80 g de pechuga de pollo
- Según un estudio efectuado en Creta, los enfermos del corazón estudiados ingerían mucho más aceite de oliva que los de corazón sano
- Según un estudio basado en 90 000 enfermeras, el consumo de aceite de oliva apenas mejoró la salud de sus consumidoras
- Según dos estudios diferentes, el consumo de aceite de oliva constriñe notablemente las arterias
- Una ración de lechuga contiene tantos polifenoles como una de aceite de oliva virgen, y no engorda
- Los habitantes de Okinawa, que poseen el corazón más sano del mundo, tienen unos niveles de colesterol 'bueno' lamentables

Supongo que no es necesario seguir. ¿Le ha parecido interesante? Pues saque usted mismo sus conclusiones. Y, por favor, cultive su sentido crítico. La dignidad humana consiste, en parte, en no dejarse engañar.


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domingo, 20 de agosto de 2017

Borricofobia

No, no tengo nada contra los borricos, aunque sí contra los que se comportan como ellos. A saber: deteniéndose de repente en mitad del camino y empecinándose en no mover una pezuña por muchos improperios que uno profiera y por muchos correazos que uno --metafóricamente-- les arree. No es un prejuicio. Es que si los borricos se empeñan, por ejemplo, en cerrarme el paso cuando es evidente que se nos acerca un huracán, pues el disgusto será malo, pero peor será el huracán.

Según el DRAE, el sufijo '-fobia' significa 'aversión' o 'rechazo', lo cual en teoría me permitiría acuñar no sólo términos muy personales, como 'gazpachofobia', 'facebookfobia', 'caninofobia', 'burocratofobia' o 'twitterfobia', sino muchísimos más que son simplemente de sentido común, como 'seismofobia', 'ladronfobia', 'rayofobia', 'chichonfobia', 'estafofobia', 'naufragiofobia', 'infartofobia' y un largo etcétera, incluido por supuesto el título de esta digresión.

En resumen, tenemos aversión o rechazo a todo lo que nos disgusta o amenaza directamente. Un terremoto en la Conchinchina, sí, nos puede mover a compasión, pero en el fondo --seamos sinceros-- nos trae bastante sin cuidado. Aun así, ha habido en la historia episodios tan horripilantes que uno no puede permanecer indiferente aunque los considere irrepetibles (quizá porque un sexto sentido nos dice que no lo son). Dos de los más conocidos son el nazismo y el comunismo.

Como hablar de 'comunistofobia' puede ser --por desgracia-- controvertido, centrémonos en la que es probablemente la más universal de todas las fobias, que podríamos bautizar desde ahora mismo como 'nazifobia'. (De nada, DRAE).

No hace falta ser judío para ser nazífobo. Basta con ponerse en el pellejo --nunca mejor dicho-- de los ocupantes de los barracones de Auschwitz. Desde luego, los militares alemanes eran realmente malvados, y prueba de ello es que, en las películas, nos alegramos muchísimo cuando mueren. Rara vez se nos ocurre pensar que, del sargento para abajo, muchos de aquellos soldados estaban allí contra su voluntad. Por simple cálculo de probabilidades, es prácticamente seguro que en la segunda guerra mundial más de un americano del Ku-Klux-Klan causó la muerte de más de un alemán demócrata y bondadoso. Pero cuando a uno le declaran la guerra no se puede andar con pamplinas. Salvar el pellejo es prioritario.

Sin embargo, parece evidente que aquí falla algo. Analicemos bien el signifcado de las palabras que usamos. ¿Desear la muerte de aquel bondadoso alemán es nazifobia? Una cosa es que aquel pobre hombre formara parte del ejército nazi, y otra muy distinta es que él mismo lo fuera. De modo que haríamos bien en distinguir las dos cosas. Yo tengo aversión a las ideas nazis. Y, si alguien me las trata de imponer, lo que tengo que hacer es defenderme. Aun sabiendo que podría estar aliándome a un cerdo supremacista blanco para liquidar a un infortunado pacifista angelical.

Tamaños horrores son imposibles de evitar cuando la guerra ha sido declarada. Precisamente por eso nos conviene tener las ideas muy claras. La nazifobia --al igual que otras fobias que está mal visto mencionar-- es esencial para nuestra supervivencia. Implica combatir --y, a ser posible, erradicar-- las ideas que nos amenazan, que es la manera más civilizada de evitar una guerra. Si, por un error conceptual, nos avergonzamos de nuestra nazifobia y la convertimos en un tabú, podríamos terminar paralizados ante el enemigo.

Efectivamente: como los borricos.

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miércoles, 2 de agosto de 2017

La caja fuerte

Después de treinta y cinco años de oficio la burocracia no tenía secretos para él. Había trabajado en todos los negociados de todos los ministerios, había acumulado pluses, prebendas, trienios y menciones honoríficas, y era capaz de leer -¡y hasta de entender!- la letra pequeña de todas las cláusulas contractuales. Había participado en intrigas de cafetería y en linchamientos verbales bajo la luz mortecina de los despachos, y había concebido y puesto en práctica sofisticadas maniobras para ascender por el escalafón a costa de los más débiles. Y, lo más meritorio de todo, había salido indemne.

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